Hemos denominado a este artículo «Por un entorno más natural», por la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente. Aunque a veces, puede parecer un simple trámite para dar la impresión a las poblaciones del mundo de que los poderes públicos están preocupándose por un problema que para los países más avanzados tiene una importancia vital. Por un entorno más natural quiere repasar los conflictos ideológicos que persisten en nuestro país.
Pero en realidad es mucho más que eso: su propósito es contribuir a una toma de conciencia colectiva que debe reflejarse en actitudes distintas por parte de los distintos niveles de la Administración, pero también por parte de cada uno de los ciudadanos.
Por un entorno más natural: Ideas encontradas
Estar a favor de la conservación o la mejora del medio ambiente es algo tan banal que expresado en términos tan generales pierde toda significación. Pero la realidad es que ante una presión demográfica creciente, una demanda
generalizada e intensa por todo tipo de bienes materiales y unas transformaciones inevitables de tas estructuras económicas y de tos asentamientos humanos, al entorno en el que vivimos sufre cambios constantes que pueden ser verdaderas agresiones.
Ante esos hechos pueden existir dos actitudes extremas. La primera es la conservacionista a ultranza, que refleja una nostalgia de un pasado idealizado (El «bon sauvage» de Rousseau) y se traduce en actitudes hostiles hacia todo cambio.
Esta actitud olvida simplemente que en un país desarrollado como el nuestro existe un nivel de consumo muy elevado y un gran número de necesidades que satisfacer. Esas necesidades sólo se pueden satisfacer mediante un nivel de desarrollo económico adecuado. El puro conservacionismo es una actitud elitista de quienes, por pertenecer generalmente a clases sociales que gozan de un elevado nivel de vida, ignoran las necesidades básicas de la gran mayoría de la población que no ha alcanzado esos niveles.
Al extremo opuesto se encuentra el desarrollo a ultranza. Existen todavía muchas personas en este país para quienes lo importante es producir o consumir bienes materiales, aunque sea sacrificado el entorno. Esa actitud está mucho más extendida de lo que pretenden muchos medio que se dedican a culpar a la Administración o a los empresarios de todos los problemas que aquejan a nuestro medio ambiente. Sin caer en sensiblerías de «boy scout», debemos reconocer que el ciudadano español es mucho menos respetuoso de la naturaleza y menos consciente de sus deberes cívicos en ambiente urbano que los de muchos otros países.
Entre los dos extremos, conservacionismo o desarrollismo a ultranza, existe un término medio difícil de encontrar, pero que debe ser objeto de nuestros afanes continuos. Su concepción parte de una base muy simple. El objetivo del desarrollo económico debe ser el aumento del bienestar del ser humano. Ese bienestar se consigue sin duda mediante aumentos en la cantidad de bienes que podemos disfrutar.
Disonancia Cognitiva
Pero hay circunstancias en que esos aumentos cuantitativos pueden ir en detrimento de la calidad de vida presente o futura. Necesitamos sin duda más viviendas, pero no al precio de deteriorar irremisiblemente nuestras ciudades. Necesitamos desarrollar nuestro equipamiento turístico, pero no al precio de destrozar nuestro litoral o nuestra montaña. Necesitamos más industria, pero no a costa de contaminar gravemente nuestro aire o nuestras aguas.
En realidad todo ello (o casi todo) es compatible mediante un esfuerzo adecuado de ordenación y planteamiento. Ello requiere por parte de la Administración a todos los niveles una mayor consciencia de los deseos del administrado, que aspira a un entorno más humano, más amable, menos agresivo. Pero también implica, por parte del administrado, no sólo un mayor respeto a la naturaleza y a sus conciudadanos, sino también la aceptación de un coste inevitable.
Tener agua limpia, más espacios verdes, todas esas cosas que hacen un medio ambiente más agradable implica unos costes que debemos estar dispuestos a sufragar. Pero bien poco es si nos permite mantener al ser humano más cerca de sus verdaderas rafees en lugar de convertirlo lentamente en un robot.
Hemos revisado el presente artículo publicado en La Vanguardia el día 4 de junio de 1978 porque nos ha parecido que las cosas siguen más o menos igual. ¿Qué te parece?
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