Hola y bienvenidos una vez más a Explora Natura, que hoy trae una nueva y divertida aventura de la mano del peculiar Andresín. Disfrutadlo en familia.

Los pedos

Apenas la luz del día entraba por la ventana de la cocina, ya estaba la Tomasa enredada entre cacharros. Sobre el fogón, la cafetera silbaba y ahumaba como si del viejo tren de carbón se tratara. Un agradable olor invadía ya casi toda la casa a café y pan tostado sobre las ascuas del braserillo.

Trapo en mano, ella era muy muy limpia, tenía la cocina como el jaspe en un pis pas.

Mientras, su Andresín retozaba en la cama apurando al máximo. Tapado con una gruesa manta de lana hasta enterrar la cabeza, combatía el frío de la mañana desde el interior del catre.

Su dormitorio, austero. Además de la cama, una percha donde dejar la ropa del día anterior que a su vez era la del siguiente. Un crucifijo hecho por él con pinzas de la ropa presidía la pared principal y una mesita donde había un vaso de agua con las migajas de alguna galleta que no llegó a ver el día.

–¡Andrés! ¡Que son las nueve de la mañana! Levántate que ya tienes el desayuno en la mesa.

–Pero madre, que hoy es domingo.

–¡Ni domingo ni san domingo! Deja ya de holgazanear que te vas a poner como un tonel de no moverte. Bueno, como un tonel ya estás, te pondrás como toda la tonelería. ¡Venga! ¡A desayunar!

Con los ojos pegados, levantó su ancho cuerpo tropezando con las dos únicas cosas que se podían cruzar en su camino: la mesita y el perchero. Un lavado de gato y bajó las escaleras hacia la cocina.

–Buenos días madre. Ojú que manía tiene usted con madrugar. Con lo ternita que estaba la cama ahora.

–Calla y come. Refunfuñó la Tomasa. Deberías de hacer deporte que te estas poniendo… -de pronto, la cara de la Tomasa cambió. Ojos abiertos hasta casi desencajar la mirada, soltó el plato que estaba fregando y se volvió hacia su retoño.

–¡Andrés!

–¡Mamá! –respondió el chico sin quitar ojo de su rebanada de pan tostado.

–¡Andrés te digo!

–¡Mamá! ¿Qué pasa?

–¿Cómo que qué pasa? ¡Ya está bien, que es muy temprano!

Se hizo el silencio y ambos continuaron a lo suyo. Apenas un minuto, la Tomasa giró sobre sus tacones

–¡Andrés!

–Pero, ¿Qué pasa madre?¿No me va a dejar desayunar tranquilo hoy?

–No te hagas el tonto conmigo ¡eh!

–¿Pero que mosca le ha picado esta mañana?

–¡Andrés! ¿A qué huele?

–Ummmm –dudó el chico – ¿A narcisos? No lo sé. ¿Por qué lo dice usted, madre?

–Deja de tomarme el pelo ¡eh! Y no te relajes tanto.

Una media sonrisa socarrona empezaba a dibujarse en la cara del joven. Le encantaba hacer rabiar a su madre. La quería mucho, muchísimo, pero era tan graciosa cuando se enfadaba…

Vuelta a la faena, la Tomasa se empleaba a fondo intentando dejar como los chorros del oro la cazuelilla donde hervía la leche y que la noche anterior, en un ligero despiste, se le quemó.

Nuevamente, paró en seco, se giró y roja de ira, en dos zancadas estaba frente a su Andresín.

–Pero bueno, que clase de educación te hemos dado. Lo estás haciendo a propósito y te aseguro que me voy a quitar la zapatilla y le la voy a estrellar en ese culo que tienes. Vamos, que te los voy a meter todos otra vez para adentro.

La sonrisa de medio lado, ahora era una sonora carcajada.

–Andrés, hijo, respira, que te estás poniendo negro de colorao. ¡Es que te alimenta el tema!

–Pero madre, yo no tengo la culpa.

–No, la tendré yo encima. Valiente cara dura y cochino.

–Usted prepara tan ricas comidas: alubias, lentejas, garbanzos, patatas guisadas, col… y sólo puede ocurrir una cosa.

–Lo ves, ahora tengo la culpa yo. Pero si es que te zampas dos platos antes de dormir y eso no es comida para la cena. ¡Bruto, que eres más que bruto!

–Madre, no se altere usted. Son pedetes de angelito –dijo Andresín mientras las lágrimas de risa le caían a borbotones.

–¿De angelito? –Preguntó escandalizada la Tomasa –más bien serán de ogro. No me extraña que no te salga novia. Entre el tipo de picador que tienes y tus manías…

–Ea, ya salió el tema novia. Yo no tengo novia porque ellas no quieren y yo no me dejo, que si no…

–Tú no tienes novia porque eres demasiado holgazán y eso que haces todas las mañanitas, las espantaría a todas, ¿o no te das cuenta?

–Bueno madre, tendrá razón seguro. No lo volveré a hacer –dijo cruzando hasta los dedos de los pies –Voy a terminar de desayunar y me acercaré a la plaza a ver si hay alguna muchacha que me quiera por novio, ¿vale?

–Sí, claro. Ve, anda, ve –respondió la señora volviendo a su pelea con la pequeña cacerolilla y moviendo la cabeza para los lados.

Con el último bocado, recogió el plato, las migajas de tostada, la aceitera y el vaso. Todo amontonado lo dejó junto a su madre, sobre el fregadero. Le dio un beso y al apretar la cara, le dijo a media voz entornando los ojos –Oh ohhhh.

–¡Andrés! ¡Andrés! Ni se te ocurra venir hoy por aquí a comer que te estrello la alpargata en el culo. ¡Marrano!

Andresín, colorado como un tomate, corría calle abajo con la risa cayéndole a borbotones. Los vecinos que se cruzaban con él, lo saludaban con una amplia sonrisa.

–Adiós Andresín, da gusto empezar así el día, con buen humor.

 

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Las aventuras de Andresín: Los Pedos
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