Bienvenidos. Explora Natura hoy se hace presente con otra de las aventuras de Andresín. Esta forma parte de las muchas historias que se han publicado para tu disfrute en casa en estos días de confinamiento. Así que a disfrutar de esta entretenida lectura.

La boda

Su sonrisa se alternaba con alguna que otra lágrima de emoción que amenazaba con hacer correr el rímel.

El novio, desde la puerta de la Parroquia y con los ojos en carne viva por el cúmulo de nervios y alegría, intentaba poner orden con todo lo que le caía por la nariz con ayuda del pañuelo que le había pasado la madrina. Y es que donde esté una madre…

En los soportales de la plaza y asomado tras una columna, asomaba la gorda cabeza de Andresín. Aunque no estaba invitado a la boda, se había vestido para pasar desapercibido y colarse en el banquete. Untado en pachuli, camisa blanca, chaleco y traje de chaqueta casi a punto de reventar.

Desde su escondite, estudiaba a los invitados para ver a que grupo podría acoplarse, porque… él, a la boda a comer iba a ir con total seguridad. Sólo tenía que estar pendiente de no coincidir con los novios y listo.
Sin duda, no era la primera vez que Andresín se colaba en una boda camuflado entre los invitados para ponerse hasta las botas de valde.

Pasada la ceremonia, donde corrió alguna que otra lagrimilla por parte de los novios, padrinos y familia, todo el mundo se dirigió hasta el restaurante donde tendría lugar el gasto, que era como llamaban en San Marcos a la cena.

Unos minutos antes de que don Zacarías les diera su bendición y les dejara marchar con Dios, Andresín ya se había encaminado hacia el restaurante y, apostado tras un seto, aguardaba la llegada de los comensales. Entre el barullo de la gente pasaría perfectamente desapercibido.

El muchacho iba como las abejas, pero en vez de flor en flor, lo hacía de plato en plato. Salchichón, croquetas, queso del que se te levanta el paladar, bacalao frito y unas gambitas que caían sobre una piña enterradas en salsa rosa.

–¡Osti tío! ¡La pechá de pelar gambas que se han tenido que pegar las cocineras para tanta gente! –pensó sin dar tregua ni por un instante a sus carrillos.

Magistralmente colocado, no había bandeja que saliera de la cocina que no se topara con aquella colorada y sonriente cara.

–¡Si, quiero! –era la palabra que más le gustaba de una boda, aunque con un sentido más conveniente para él. Y rápidamente cogía una tapita con cada mano, como si de un cangrejo se tratara.

En tres ocasiones estuvo a punto de toparse con el novio, teniendo que disimular dándose la vuelta, atándose los zapatos, que dicho sea de paso, no tenían cordones, o tapándose media cara inventándose un fortísimo ataque de tos.

Por fin llegó el momento más ansiado. Un camarero se le acercó: -Por favor, vayan pasando al comedor.

Ahora venía un momento difícil. Tenía que acechar una mesa en la que hubiese un hueco y, para ello, debía entrar de los últimos, justo antes de que el camarero retirase los cubiertos sobrantes.

De pronto, música celestial para sus oídos. Un pequeño grupo se acercaba hablando de alguno que no había podido acudir.

Problemas de última hora que a él beneficiaban a lo grande.

–Y entonces, ¿por qué dices que no viene Danielón? –preguntaba uno de los invitados con un característico acento cordobés.

Así que ni corto ni perezoso se acopló al grupo y tomó asiento con toda naturalidad. Ahora, a ver que menú habían escogido los novios. Por lo que había oído entre queso y lomo, hablaban de que sería bueno porque a la novia no le gustaba cualquier cosa.

Así que, frotándose las manos, se puso la servilleta prendida del cuello con una sonrisa de las de anuncio de crema dental.
Sus compañeros de mesa quedaron con tal cara por el improvisado babero, que el muchacho, disimuladamente, se lo bajó hasta las rodillas.

–Pues vaya mesita que me ha tocado –pensó.

Sin saberlo, se había sentado en una mesa más pequeña en la que compartía cubiertos con un torero amigo de los novios y su cuadrilla. Frente a él, don Luis “Niño del Espejo” y su mozo de espadas, Joseillo de la Marisma. A la izquierda, un artista de las banderillas, Santiago del Daimieleño y como último comensal Antón, el Gitano de la Cabrera. Así que allí estaba Andresín, ocupando el lugar de un banderillero, Danielón de Azuaga.

–Menos mal que fui un día a los toros con don Antonio y don Rafael. Si no, de que iba yo a hablar en esta mesa de finolis. –Pensó. Así que rompiendo un poco el hielo e intentando meterse en la conversación del grupo, lanzó la primera verónica.

–¿Sabéis que los toros bragados no llevan bragas? Es por el color del pelo. –Y se abrochó una nueva sonrisa mientras esperaba que el grupo de toreros apreciara su conocimiento taurino.

Si con el babero, las caras de los comensales se convirtieron en poemas, con el cometario, a Joseillo se le salió la aceituna de la boca yendo a parar al vaso de vino que sujetaba el Daimieleño.

–¡Toma ya! No se lo esperaban –se enorgulleció el chico.

Animado por su triunfal comentario, que había dejado sin palabras al Quinto Califa, como oyó el muchacho que llamaban a don

Luis, cogió la hoja donde aparecía el menú para recrearse en su propia saliva.

–¡Buenos entrantes de ibérico! ¡Cómo está mandao! –Dijo a media voz, asintiendo el resto de la mesa.

–Pastel de marisco… ¿Pastel de marisco? ¿Pastel? Oye –dijo dándole un codazo al de la Cabrera que casi se echa por encima la cerveza –Estos se habrán confundido ¿no? Cómo van a poner el postre antes de comer. Además, ¿dónde se ha visto hacer un dulce de pescado?

Si a Joseillo se le había escapado la aceituna de la boca, a éste le salía un caño de cerveza por la nariz.

–Perdona chaval, en esta mesa, antes de contar un chiste o decir una parida se avisa. Por menos pierde uno su reputación –dijo dándole una palmada en la espalda.

–Vale, pero se habrán confundido, ¿verdad? –le volvió a preguntar el chico.

–Tú disfruta del jamón que te han puesto y no corras. Si es el postre… tu barriga que sabe. Te lo comes y listo –respondió el banderillero dando fin a la conversación que no tenía sentido alguno.

–Pintada rellena de foie y pasas. Pero… ¿esto qué clase de comida es para una boda? Jamón, el postre de pescado y un dibujo con la comida pintada.

La cara de desesperación de Andresín era tan patente que hasta al Califa le dio penilla.

–Chico, tú no te preocupes que si nos quedamos con hambre, nos acercamos a un ventorrillo que hay cerca de aquí, la venta de

La Galga, y nos apretamos unos choricitos y un taco de lomo en manteca.

La cara se le iluminó al joven. En ese momento no había persona mejor en el mundo que don Luis el torero.

–Pero invita usted, que yo no llevo nunca dinero. Bueno, lo que me da mi señora madre por la mañana, pero me lo gasto volao en churros.

–¿Todo en churros? –preguntó el Daimieleño.

–Todo, y me regalan una taza de chocolate. –respondió con la sonrisa que gastaba con las cosas del comer.

–Pero… ¿cuánto te da tu madre?

–Mil pesetas –dijo volviendo a enseñar todos los dientes de su boca, incluidas las muelas.
Entonces una mano se dejó caer sobre su hombro y una voz conocida le hizo tartamudear un poco al contestar. –Ho ho ho hola don Antonio.

–No te levantes chico –le dijo el alcalde haciendo presión sobre su hombro para impedírselo. –No me habías dicho que estabas invitado a la boda.

–Ni usted tampoco a mi don Antonio –contestó con la cara volviendo poco a poco del pálido a su rojo habitual.

–Bueno, después nos hacemos una foto con los novios todos juntos. Tú y yo como trabajadores del Ayuntamiento, el señor Juez y su secretaria, la Mari y don Manuel, el sargento de la Guardia Civil.

Cuando Andresín oyó nombrar a las fuerzas del orden, se volvió a poner blancuzco, pero sin saber cómo, sacó fuerzas para arremeter contra el alcalde, eso que tanto le gustaba.

–¡Ay!, don Antonio, en la mesa con la Mari. A usted se le cae la babita con esa niña y como lo cale su señora… duerme con el perro. Ja ja ja.

El alcalde alzó la cabeza poniéndose digno y dijo: –en un rato, cuando los novios visiten nuestra mesa te llamo –dando media vuelta sobre sus tacones se fue hasta su mesa.

–Vengo de estar dos minutos con Andresín y ya estoy de los nervios. No puedo con ese chaval. Le he dicho que ahora nos haríamos una foto con los novios y va el gañán y me suelta que yo… –tan indignado estaba, que casi mete la pata delante de todos. –Bueno, una tontería de las suyas.

–Arme la copa que le lleno y ya verá cómo se tranquiliza –le dijo el señor Juez.

–¡Ay, ay!. Con lo simpático que es ese muchacho. Seguro que exagera don Antonio –comentó la Mari.

–Es verdad –dijo el alcalde con cara de tonto mirando a la guapa secretaria.

–¡Coño que es verdad! –dijo su esposa dándole un codazo en los riñones que hasta tosió y todo. –No dices siempre que es un majadero…

–Perdón, quise decir que no es verdad. Llene usted la copa don Nicanor.

La señora de don Antonio le echó una mirada de buldog que casi se lo come a bocados, pero no de los de pasión, sino de los de quitarle pedazos.

Andresín, desde su mesa, no perdía detalle de la de don Antonio. Allí casi se congregaba lo mejor de la boda, claro está, sin desmerecer a los novios, el Josemari y la Adela que iban de dulce. El alcalde hecho un pincel con su traje de ojo de perdiz y los zapatos que brillaban más que las alas de una alúa. El juez, don Nicanor, como tenía más años que el propio río, pasaba un poco de composturas y llevaba su traje gris algo desbaratado y, que por estar sentado, no iba con los calzones caídos.

Doña Pepa, la mujer de don Antonio, con algunos kilillos de más pegados a los riñones, lucía un traje de fiesta precioso en color buganvilla. El ecijano, que es como llamaban a don Manuel, el guardia civil, no podía acarrear más medallas colgadas en el pecho, concedidas por méritos sobrados y que, por modestia, no solía llevar. Y por último, la Mari, con su pamela que casi no se le veía la cara y su traje de chaqueta tan elegante que no hubo invitado que no se rompiera el cuello para volverse a mirarla y no se llevara un codazo por haberse vuelto a mirarla.

–Bueno, bueno. Así que tenemos un súper torero en la mesa –rio don Luis mirando fijamente a Andresín. –El chico se ha colado en la boda por la cara y lo acaban de trincar, ¿no?
Toda la cuadrilla se quedó mirando al joven esperando una confesión que todos sabían de antemano.

–Pu pu pu –tartamudeó Andresín.

Venga chaval, escupe, que tú puedes –socarroneó el Califa. –Todos hemos sido maletillas antes que toreros. En esta mesa no tienes problema. Tú no te preocupes que hoy pasas por Danielón el Azuagueño y listo. ¿A ti te conoce el novio?

–A mí no –dijo avergonzado el chaval.

–¿Y la novia?

–Tampoco.

–Entonces come tranquilo que no tienes de que preocuparte. Eres de nuestro grupo y no se hable más. Sólo que posiblemente te salgan muchas novias al enterarse que eres de una cuadrilla taurina.

–No se preocupe usted, don Luis –dijo muy emocionado el muchacho. –A mí lo que me interesa es el comer, que no me pillen los novios y no me importan las mujeres.

 

Recuerda que Explora Natural estará publicando más de las Aventuras de Andresín, así que no te pierdas estas interesantes historias.

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Las aventuras de Andresín: La boda
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Las aventuras de Andresín: La boda
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