Explora Natura te da la bienvenida una vez más y te agradece por estar aquí. A continuación te presenta un nuevo relato de las aventuras de Andresín, para que el tiempo que paséis estos días en casa sea divertido y entretenido. Recuerda #quedateencasa.

 

La tarjeta

-Nombre y cargo don Antonio.

–Fuuu -Resopló el alcalde. –Me vas a enterrar Andrés. Si supieras el coraje que me entra cada vez que paso por esta puerta y me preguntas como me llamo llamándome por mi nombre…

–Don antonio, no creo que le cueste tanto decirlo. Si tuviera que coger peso para hacerlo… pero sólo tiene que decirlo. –Dijo el chico esgrimiendo una amplia sonrisa.

–Vale, vale. No voy a discutir contigo por eso. Perdería sí o sí. Cuando tengas un ratillo libre te pasas por mi despacho, por favor.

–¿Ocurre algo malo, don Antonio? –Preguntó el chico con cara de preocupación.

–Ocurrir siempre ocurre Andrés, pero ¿por qué va a ser malo? ¿no será que el malo eres tú? –dijo pícaramente el alcalde.

–En un ratillo subo –cortó el muchacho que no le interesaba para nada el camino que tomaba la conversación.

A media mañana, cuando ya habían acabado las salidas y entradas tras los desayunos, Andresín tomó rumbo hacia el despacho de don Antonio. Sin ganas, subió pesadamente las escaleras, no tenía prisa alguna. A saber que quería de él el alcalde. –Nada bueno –dijo a media voz tapándose la boca al temer que alguien le hubiera escuchado.

–Toc, toc. Ejem ¿Se puede don Antonio? –Preguntó asomando su cabezota entre las hojas de la puerta de madera que blindaban su despacho.

–Pasa Andrés, pasa.

–Usted dirá. No se entretenga que ya sabe como son de cucos en esta Casa. Seguro que alguno o alguna aprovecha para desmarcarse un rato al ver que subí a su despacho.

–No te preocupes Andrés. Hoy, por ser un día especial, se lo vamos a perdonar hasta que bajes, ¿de acuerdo?

El chico se encogió de hombros y sonrió.

–Vamos a ver, –continuó el alcalde –llevas ya un año trabajando aquí y me acabo de enterar de que tu nómina, te la pagan en mano en el Ayuntamiento y no por transferencia a un número de cuenta del banco como a todo el mundo.

–Si don Antonio, –Interrumpió el chico –es que mi madre y los bancos no se llevan bien. Bueno, con los del parque sí. Todas las tardes se come un cartucho de pipas cotilleando con las amigas en uno de ellos. Pero, ¿no se refiere a esos, verdad?

A don Antonio se le nubló la vista por unos instantes. Andresín era capaz de interpretar las cosas de manera que dejaba casi aturdidos a sus interlocutores.

–Está claro que no, Andrés. Mañana te acercas al banco y te abres una cuenta para que te ingresemos el dinero allí. ¿Vale?

–¿Al del parque , don Antonio? ja, ja, ja –bromeó el chico –¡Uy! Perdón don Antonio, era una broma. Mañana voy al banco con mi madre y abrimos la cuenta.

El alcalde, con semblante serio, asintió con la cabeza.

–Bueno, pues si no desea nada más me bajo a mi puesto de trabajo. Adiós don Antonio.

–Adiós Andrés. Cierra la puerta al salir, por favor.

–¡Blomm! –El alcalde cerró los ojos y suspiró. –¿Era necesario aquel portazo?

El chaval bajó las escaleras de tres en tres, silbando alguna musiquilla imposible de ser reconocida hasta que, de pronto, paró en seco ante el último grupo de escalones. Algo no le cuadraba en su conversación con el alcalde.

Don Antonio, se había encendido un puro para ver si el humo le relajaba después de la visita de su tormento con voz de tángana. Pero estaba claro que no era su día. La puerta sono de nuevo: –Toc, toc, toc. ¿Da usted su permiso? –Preguntó el chico asomando otra vez su generosa testud. Don Antonio, casi atragantado por el humo asintió con la mano –cof, cof cof… pasa… cof, cof

–Si usted supiera lo malo que es fumar. Eso dice mi madre. De hecho, mi padre cuando se levantaba, se quejaba de que el pecho parecía una fábrica de pitos. Y eso era del tabaco.

–A ver, Andrés, –le interrumpió el alcalde –imagino que no habrás dejado tu puesto de trabajo descuidado sólo para venir a darme una charla sobre lo perjudicial que es el tabaco, ¿no?.

–¡Ah! Eso. Que hay un problema con lo de ir mañana al banco. Yo no puedo ir.

–¿Y eso? ¿Cómo que no puedes ir? ¿Qué te lo impide?

–Pues está claro don Antonio. El banco y el Ayuntamiento tienen el mismo horario y entonces no puedo ir. Se quedaría mi puesto sin cubrir.

El alcalde no sabía si admirar la responsabilidad con su trabajo del muchacho o tirarse por la ventana.

–No te preocupes. A las once y media, cuando todos hayan vuelto del desayuno, te acercas al banco con tu madre y yo mismo te sustituyo. ¿Te parece bien?

El chico se quedó sin argumentos y se encogió de hombros. –Vale, Mañana a las once y media entonces. –Dio media vuelta y antes de que don Antonio pudiera abrir la boca…

–¡Blomm! –portazo al canto.

–¡Por Dios! Esta criatura me va a enterrar. ¡Será animal!

Volvió a bajar saltando los escalones y esta vez, al llegar al rellano, su corazón le dio un vuelco –¿Y quién sustituirá a don Antonio? –Sin perder un segundo se encaminó de nuevo hacia el despacho del edil.

–Toc, toc, toc. ¿Se puede?

–¡Dios mío! –exclamó el alcalde mirando hacia el techo. –¿Qué te he hecho yo para que me trates así, señor? Y ahora, ¿qué tripa se te ha roto?

–¿A mí? –Dijo echándose mano a su abultada panza y con cara de pánico. –¿Por dónde don Antonio?¿Tengo sangre don Antonio? Si no me duele nada don Antonio.

–¡Basta Andrés! ¿Lo haces a propósito? ¡Me vas a volver loco! ¡Y me vas a gastar el nombre!

–Claro, como no son sus tripas, le da igual. –Dijo el joven sin dejar de palparse el vientre.

–¡Andrés cálmate! Es sólo una forma de hablar. La tripa la tienes bien. Como siempre. A punto de reventar, pero bien. –El chico se le quedó mirando sin haberse repuesto del susto –¿Por qué me engaña don Antonio? ¿Usted sabe el susto que me ha dado?

–Nada comparado con los dos que me has dado tú al cerrar la puerta como un bruto.

–Entonces ¿estamos empatados? –Dijo el chico con una amplia sonrisa abrochada en la cara.

–Sí, Andrés, sí. Estamos empatados.

El joven muchacho le sonrió –¿Qué quería don Antonio?

–¿Yo? –Preguntó exaltado el alcalde. –Si eres tú el que ha llamado por tercera vez a la puerta en menos de veinte minutos. ¿Qué quieres tú?

–Ah, es verdad. Es que con el susto de mis tripitas me he descolocado. Que le quería decir que mañana no voy a poder ir al banco a las once y media.

–¿Otra vez con la misma cantinela? Pero si te he dicho que te sustituyo yo. Yo en persona. El alcalde, mañana hará de portero, de sustituto, de lo que haga falta. ¿Dónde está el problema?

–Pues verá. Si yo voy al banco y usted me sustituye, ¿quién le sustituye a usted? Yo no puedo porque estaré en el banco.

Completamente derrotado, el alcalde miró hacia el suelo, alzó la vista y se le nubló al llegar al techo. Incluso tuvo que zarandear la cabeza varias veces para volver a la realidad. Algo tan sencillo como abrir una cuenta en el banco, se estaba convirtiendo en una pesadilla.

–Andrés, no te preocupes más, por favor. Yo le diré a mi secretario que ponga una mesa junto a la puerta de entrada y haré de sustituto tuyo y de alcalde. ¿Te parece bien? Y ahora lárgate y no aparezcas más por este despacho ni aunque esté ardiendo el Ayuntamiento.

–Muy bien don Antonio. Mañana me acerco entonces.

Y dicho esto, giró sobre sus talones, salió del despacho y… –¡Blomm! otro portazo.
El alcalde enrojeció de ira cuando de repente la puerta se volvió a abrir.

–Perdón don Antonio, se me escapó la puerta. –Y salió cerrando con sumo cuidado.

El edil pasó del rojo al blanco y un ligero mareo se apoderó de su cabeza, hasta el punto de tenerse que sentar para recuperarse.

El resto de la mañana trasncurrió sin nada de extraordinario. Los empleados de la Casa se marcharon a su hora y el último, como siempre, Andresín entretenido con una gran bolsa de cortezas que eran su debilidad.

Un cuarto de hora antes de las once y media, aparecía la Tomasa por la puerta del Consistorio. Ella era más que puntual y siempre solía estar un rato antes de la hora acordada.

Cogida del brazo de su retoño, cosa que no le gustaba a Andresín porque le daba vergüenza, decía que era cosa de viejas, se plantaron en el banco de los Curas. Ese era el nombre con el que se conocía en el pueblo la única sucursal bancaria que había.

El propio director salió a recibirles, advertido previamente por don Antonio de la peculiar visita que iba a recibir.

El director, don Salva, aunque casi todos le llamaban Salvi cariñosamente por sus casi dos metros de altura y sus ciento cincuenta kilos de peso, era un hombre muy dado a la broma y aquella advertencia de su amigo el alcalde la encontraba, en cierto modo, seductora.

–Andrés ¿verdad? –Se dirigió al chico estrechándole la mano. –Y usted debe ser Tomasa, su madre.

–Así es don Salva. –Asintió la madre.

–Me dicen desde el Ayuntamiento que tienes que abrir una cuenta para que te domicilien la nómina y todos los meses te puedan hacer la transferencia.

Si hubiese habido una mosca en el despacho, se le habría colado a Andresín en la boca y si no, a su madre. Ambos estaban oyendo por primera vez palabras que les sonaban a chino: “domiciliar”, “transferencia”, “nómina”…Estaban en otro mundo.

–Bien, necesito el carnet de indentidad de ambos y me van firmando estos papelitos donde viene la cruz. –Y entregándoles los impresos, pensó que su amigo don Antonio era un exagerado y que aquella operación era pan comido.

–Usted también es experto en cruces por lo que veo, ¿no? –Dijo sonriendo el chaval.

–¿Perdona? –Preguntó descolocado el director.

–Le perdono. –Respondió con una amplia sonrisa Andresín. –Aunque creo que no me ha hecho usted nada.

–No Andrés, quiero decir que no te he entendido con lo de las cruces.

–Ahhh, eso. Es que mi trabajo se parece un poco al suyo. Para empezar ponemos una cruz. –Y volvió a regalarle su irresitible sonrisa.

–Seguramente. –Cortó el director al que le había molestado un poco que hiciesen ese chiste y lo hubieran dejado algo en ridículo. –Necesitarás también una tarjeta para sacar dinero desde el cajero, ¿de acuerdo?.

–¿Cómo? Es que usted dice unas cosas muy raras y yo hace rato que me he perdido. Pero seguro que mi madre se ha enterado.

La Tomasa giró bruscamente la cabeza. –¿Yo?

–A ver madre. Estamos tres. Don Salva, que no está en la cuenta y no es de la familia, yo que no me he enterado de nada y usted. Así que como no se haya enterado, vamos apañados.

–Pues hijo, yo tampoco me he enterado de nada. Si quieres dejamos esto del banco y nos quedamo como estábamos.

El director pensó para sus adentros que menudos personajes tenía delante y que ahora entendía la advertencia de don Antonio.

–A ver. Os lo vuelvo a explicar que es muy sencillo, pero la cuenta la tenemos que dejar hecha pues así lo han solicitado desde el Ayuntamiento. –Y tras repetirlo unas cuatro o cinco veces, Andresín pareció haberlo comprendido, cosa que alivió bastante a don Salva que ya empezaba a sentirse algo derrotado. –Sólo me resta comentarles el tema de las comisiones.

–¿Comisiones viene de comer? –Interrumpió el chico. –Entonces me va
gustando más esto de tener cuenta.

Don Salva no daba crédito a sus ojos. –¿Se habrían puesto de acuerdo, madre e hijo, para tomarle el pelo?

–No Andrés, no. Es lo que tienes que pagar al banco por tener el dinero aquí.

–¿Como? Yo soy simple pero tonto, no, yo no quiero tener el dinero en el banco, me está obligando el Ayuntamiento. Yo prefiero cobrar en mano como hasta ahora y que no me cueste nada.

–¡Muy bien dicho hijo! –Exclamó la Tomasa. –¡Eso es un robo! ¡Vámonos!

–Y agarrándose la falda se puso en jarras con cara de pocos amigos.

–Cálmense, por favor. –Sugirió el director con semblante de asombro.

–No es un robo, es lo normal. Nosotros cuidamos de su dinero, atendemos sus pagos y tenemos un cajero a su disposición para cuando ustedes necesiten sacar dinero, lo puedan hacer.

Esa afortunada explicación pareció aplacarle los nervios a la Tomasa que, “desenjarrando” su postura, volvió a tomar asiento.

–Bueno, como iba diciendo, os tengo que informar de las comisiones que tendréis que abonar…

–¿Abonar? –Interrumpión de nuevo el muchacho. –Ummmm, ¿está usted hablando en serio? ¿Abonar como en el campo alrededor de las vides? El director ya se había dado cuenta de que aquel joven podía salir por cualquier lado y se limitó a seguir con su tarea.

–Parecido, sólo que consiste en pagar. Es decir, abonar es igual que pagar.
Aclaró don Salva.

–Pues la verdad es que no lo entiendo. Cuando el chache Frasquito se va a abonar la viña, no paga precisamente nada. Tan sólo se limita a verter el estiércol de los mulos sobre la tierra para que ésta produzca bien. No le entiendo.

–¡Exacto! –Le respondió el director. –El mismo caso. Tú abonas en tu cuenta para que todo vaya bien. Lo que pasa es que tú, en vez de usar estiércol, usas pesetas.

–Ahhh, si usted lo dice. –Respondió el chico.

–Sí, además, tendréis que pagar por el mantenimiento de la cuenta y la tarjeta. Cinco mil pesetas cada tres meses.

–Un momento, señor director. –Dijo la Tomasa. –Con todo el respeto del mundo. ¿Cree de verdad que nos interesa tener una cuenta en el banco nada más que para que usted y el resto de los que trabajan aquí ganen un buen sueldo?

–Verá señora, lamento que se enoje y no le quito razón, pero, en el Ayuntamiento les piden que se abran una cuenta para poder pagarles cada mes. Las cuentas tienen un coste por mantenimiento y hay que pagarlo. Quiera o no, le parezca bien o no.

Aquel argumento no tenía duda, así que la Tomasa y Andresín firmaron los papeles correspondientes. El chico, con su nombre rodeado por multitud de trazos cruzándolo y la madre con la huella de su dedo impregnada en tinta. Nunca tuvo ocasión de ir a la escuela.

El director respiró alivado cuando tras la firma se despidieron. Se recostó contra el respaldo del sillón, intentando relajarse hasta que de pronto, un fuerte golpe le sobresaltó. –¡Blomm! –Andresín había cerrado la puerta como solía y había pegado un sensacional portazo.

–Ahora entiendo a lo que se refería y por lo que me advirtió don Antonio. Tiene el cielo ganado.

–Toc, toc, toc. –¿Da usted su permiso don Salva? – Preguntó el chico asomando su generosa cabeza.

–Dime, dime, ¿ocurre algo malo?

Adresín sonrió porque le vino a la mente algo que le había contestado don Antonio el día anterior. –Don Salva, ocurrir siempre ocurre algo, pero no tiene por que ser malo. –Y le regaló una amplia sonrisa. –Sólo dos cosillas. Una, que disculpe por el portazo, se me ha escapado la mano. Y la otra, que cuando pueda me envíe unas fotos de la cuenta.

Don Salva palideció. ¿Qué narices le estaba pidiendo aquel chaval?¿Una foto de la cuenta?

–¿Una foto de la cuenta, Andrés? –Preguntó con los ojos muy abiertos.

–Si, claro don Salva. Con tanto mantenimiento debe quedar preciosa mi cuenta. Seguro que tiene unos jardines espectaculares, piscina y vistas a la sierra.

El director, blanco como la pared se sentó en su sillón visiblemente derrotado.

–Ja, ja, ja. – Rio Andresín.

–No se preocupe usted. No hay prisa. Con la cantidad de cuentas que hay en el banco entiendo que no me las mandarán rápido. Ya ve usted, acabo de llegar. Otro día paso y pregunto. Que tenga un buen día. Y cerrando con cuidado se marchó del banco.

El sufrido director telefoneó al alcalde. – Ha sido horrible don Antonio,
horrible. –Ja, ja, ja. –Rio de manera escandalosa el edil –¡Bienvenido al club! ¡Bienvenido!

 

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Las aventuras de Andresín: La tarjeta
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