Bienvenidos. Hoy Explora Natura te deleita con una nuevo cuento para compartir con los peques de la casa. Disfrute esta nueva lectura que trae Explora Natura para ti y #quedateencasa.

 

El arrendajo Gajo y la ardilla Milla

A principios de otoño, cuando los días se hacen más cortos y frescos, una multitud de animalillos se va preparando para recibir al invierno. Para que cuando lleguen las grandes nevadas no les sorprendan sin comida, van recogiendo los frutos que el bosque les ofrece, bellotas, avellanas, piñones, hayucos… y, formando una gran despensa, los esconden bajo tierra.

Dos de los más atareados son la ardilla “Milla”, que con sus manos escarba en la tierra cubierta por las hojas y, tras depositar los frutos, los cubre para que nadie se los pueda quitar.  Y el arrendajo “Gajo”, que al igual que Milla, esconde las bellotas enterrándolas con ayuda de su fuerte pico.

“Toc, toc, toc,…” van cayendo los frutos de la encina y ellos, sin perder  un solo momento, se dan prisa en recogerlos y enterrarlos.

De pronto, algo llamó su atención. Un gran golpe “TOC”, se oyó bajo la encina que hay junto al nacimiento del río. Si había sonado así de fuerte, ¡imaginad el tamaño que tendría!

Los dos, Milla y Gajo, corrieron y volaron tan rápido como pudieron para poder conseguir tan delicioso manjar. Al llegar, pudieron contemplar aquella gran bellota. Brillaba su piel y aún conservaba su típico sombrerillo. Sin pensarlo, los dos se lanzaron a por ella. Aquel bocado tan rico era todo un tesoro para el invierno.

Pero, como ocurre a veces, los dos llegaron a la vez y a la vez atraparon la bellota. Milla tiraba de un lado con sus manitas, mientras que Gajo lo hacía para el otro con su pico.

–Es mía –gritó la ardilla.

Gajo, que no podía hablar porque si habría el pico soltaba su el preciado fruto, dijo que no con las alas.

Tirando de un lado para otro, pudieron estar varias horas y ninguno daba su brazo a torcer. ¡Cómo iban a perder aquel manjar!

Entonces, una vocecilla les llamó la atención.

–¡Señores por favor! –Les habló el ratón Ton –Si seguís así, va a llegar el invierno y todavía estaréis tirando de la bellota de un lado para otro. Creo que podéis hacer una competición, y el que gane se queda con ella.

–¡De acuerdo! –dijeron los dos algo cansados.

Como la competición se presentaba interesante y reñida, poco a poco se fueron acercando más y más animales para verla. El señor topo, las cigarras, el pájaro carpintero, ratones, petirrojos…

Bueno, pues para ser justos creo que cada uno de vosotros debe de proponer una prueba.

–Empezaré yo! –Dijo Milla, la ardilla –Podemos hacer dos montones con veinte bellotas cada uno y el que las entierre primero, ¡habrá ganado!

Se prepararon y cuando el ratón dio la señal, comenzaron a enterrarlas. La ardilla, ayudada por sus manitas, fue más rápida que su rival, te tenía que hacer los agujeros con el pico. Por lo tanto, fue declarada vencedora de la prueba.

Los ratones, topillos y musarañas le aplaudían con entusiasmo.

Gajo, un poco enfadado propuso su prueba. –Hay que coger una bellota y subirla a la copa de la encina que hay cruzando el río.

Ton, el ratón, dio la señal de inicio y antes de que Milla hubiese dado diez pasos, el arrendajo voló hasta la copa del árbol con la bellota en el pico. Ahora era él el que había ganado. Todos los pájaros aplaudieron a su compañero – ¡Bravo! ¡Eres el mejor!

Bien  –dijo el ratón –por lo que se ve, estáis empatados. Habrá que buscar otra solución. Si os parece bien, podemos declarar ganador, al animal más bello.

Los dos, que pensaban que eran los animales más guapos del bosque, aceptaron complacidos y seguros de verse ganadores. Además de poder llevarse la bellota, podían exhibirse ante el resto de animales.

Un tronco cortado, serviría de escenario a propuesta de Ton, el ratón.

La primera en subir fue Milla –¡Mirad mi pelo pelirrojo!

–¡Oooh! –exclamaron los topillos.

–Y mi cola ancha y curvada. Con ella casi puedo volar de árbol a árbol.

–¡Aaah! –quedaron boquiabiertos los lirones.

–¿Os habéis fijado en mis orejas? Parecen pinceles. Creo que está claro que soy el animal más bello.

–Siii –aplaudieron los ratones, las musarañas y el señor topo.

Ahora era el turno del Gajo, el arrendajo.

–Mirad mi pico, es fuerte y grande, y gracias a él, soy un animal fuerte.

–¡Oooh! –Le admiraron los pequeños pajarillos que se habían dado cita en el bosque para la competición.

–Tengo un gran bigote, como los grandes señores.

–¡Aaah! –quedó fascinada la oropéndola que aplaudía desde un sauce cercano.

–Y que decís de las plumas de mis alas. Son blancas, negras y de un azul intenso.

–¡Bravo, bravo! –aplaudieron todos los pájaros. Las currucas, acentores, mosquiteros…

De pronto, Milla, la ardilla, pegó un grito –¿Dónde está la bellota?¿Quién ha osado robarla?

Una risa aguda les hizo girar la cabeza hacia donde se encontraba Ton, el ratón.

–Ji, ji, ji… mientras los dos competíais para ver quién era el mejor, vuestra vanidad no os ha dejado ver cómo me he estado comiendo la bellota poco a poco. El tiempo que habéis dedicado en pelear por ella, lo podíais haber empleado en recoger bellotas más pequeñas y, ahora, tendríais un gran montón cada uno.

La ardilla Milla y el arrendajo Gajo, aprendieron la lección. La avaricia no es cosa buena. Y desde entonces, recogen las bellotas en el bosque sin molestarse el uno a la otra.

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