Bienvenidos. Siguiendo con nuestra serie dedicada a los peques de la casa, explora natura te trae un nuevo cuento para compartir en familia, ahora que estamos en casa #quedateencasa, disfruta de las historias que cada día traemos para ti.

Bola y Pincel 

Como cada mañana, bien tempranito, mamá conejo llevó a sus pequeños hijos a jugar fuera de la madriguera.

–¡No os alejéis! –Les dijo –Ya sabéis que andan por ahí los zorros y las águilas y os pueden comer.

–Siii mami –Respondieron todos a la vez.

Uno de ellos se metió entre las flores, tan sólo se le veía la puntita de las orejas cuando saltaba entre ellas. Otros dos, encontraron un terraplén que con el agua del rocío se había hecho un poco escurridizo. Sus risas hacían las delicias de su madre, mientras se tiraban por aquel estupendo tobogán.

El mayor de todos, se había subido a un tronco y desde allí, comía los brotes más tiernos del árbol.

A uno de los hermanitos, que llamaban Bola porque era más gordito, siempre le dejaban solo. Él, pasaba las horas junto a una charca viendo su imagen reflejada en el agua.

–¿Sabes charca? Lo que más me gustaría es, tener un amigo. Alguien que me quiera como soy y con quien compartir mis juguetes.

De pronto, un ruido entre el matorral le sobresaltó –¿Quién anda ahí?

–Soy Pincel, el lince –y entre las ramitas de una jara asomó su cabezota–. Te he visto ahí solito y me preguntaba si querías ser mi amigo.

A Bola se le iluminaron los ojos. –¿De verdad que quieres ser mi amigo?

–¡Pues claro! ¿No te lo estoy diciendo? Por cierto, ¿cómo te llamas? –Preguntó el joven lince.

–Me llaman Bola.

–¿Bola? –Se sorprendió Pincel –¿Por qué ese nombre tan raro?

–Pues porque dicen que estoy gordito. Todo el mundo se burla de mí y nadie quiere jugar conmigo.

–¿Gordito dices? Pues yo no te veo gordito. Además, comparado conmigo…

–Y los dos empezaron a reír.

–Y dime, ¿porqué te llaman Pincel?

–Es que no ves mis orejas, acaba cada una en un penacho que parece un pincelito.

–Je, ¡es cierto!

Y los dos, pasaron toda la mañana jugando cerca del río entre saltos, carreras y risas.

Cuando llegó el medio día, Bola preguntó a su nuevo amigo –¿No tienes hambre? Vayamos a mi casa que mi mamá nos dará algo de comer.

Los pequeños se dirigieron hacia la casa de mamá conejo.

–¡Mami! –Gritó desde lejos el pequeño Bola  –Ya estoy aquí y tengo un amiguito. Se llama Pincel.

Cuando los vio, su madre se puso muy nerviosa –Vamos niños, pasad todos dentro de la madriguera. ¡Rápido! Y tú, Bola, ¿por qué has traído al lince?

El joven conejo no entendía la postura de su madre. –Es mi amigo mamá.

–¡No puede ser tu amigo, los linces comen conejos!

–Pero mami, es mi amigo. Él no nos va a comer.

–¡Bola! –Le interrumpió su madre –He dicho que no podéis ser amigos y se ha terminado la discusión. Así que despídete de él y que se vaya con su familia.

Apenados, los dos jovencitos se dieron media vuelta y caminaron un poco. Aquello era terrible, pensaban, mientras se dirigían a la zona de jaras donde se habían conocido.

De pronto, a Pincel se le ocurrió una idea –¡Ya lo tengo!

–¿El qué? –Preguntó Bola.

–Mi mamá siempre nos ha contado que el animal más sabio del bosque es el señor Búho. Podemos ir a preguntarle si hay alguna solución para que podamos ser amigos.

–¡Bravo! –Exclamó el conejo con una sonrisa en la boca.

En el hueco de una gran encina, vivía el señor Búho y hasta allí caminaron los dos amigos.

–¡Señor Búho! –Gritaron a la vez.

–¿Quién me despierta a estas horas del día? –Protestó el sabio búho mientras se colocaba las gafas.

–Somos Bola y Pincel, señor y queríamos pedirle consejo.

–Vaya, vaya –Exclamó el búho –Curiosa pareja. ¡Un conejo y un lince juntos como amigos! Vosotros diréis.

–Verá señor, yo nunca he tenido ningún amigo. Los demás se burlan de mí porque estoy gordito. Esta mañana he conocido a Pincel, que no le importa como soy y quiere ser mi amigo. Pero mi mamá dice que un conejo y un lince no pueden serlo. Hemos pensado que usted, como es sabio, quizás pueda darnos una solución para no tener que separarnos.

–Verás jovencito, tu mamá tiene razón. Los linces comen conejos, siempre lo han hecho, así que es imposible que podáis tener una amistad.

–¡Pero no es justo! –Protestó Pincel.

–Puede que no sea justo –dijo el búho –pero desde que la tierra se creó, esto es así. De modo que, si queréis mi consejo, debéis despediros ahora que sois amigos antes de que ocurra una desgracia.

Los dos pequeños rompieron a llorar y se unieron en un fuerte abrazo. El señor Búho, se compadeció de ellos y les dijo: –Como veo que vuestra amistad es sincera, os voy a ayudar. Al otro lado de la colina, hay una gran roca junto a un centenario sauce. En él vive un hada, la Señora del Bosque. Su nombre es Mara y quizás ella os pueda ayudar. Decidle que vais de mi parte.

–Gracias señor búho –Y los dos se dirigieron en su busca.

Cuando llegaron al lugar donde vivía el hada, la vieron sentada sobre la gran piedra. Sus transparentes alas, brillaban con el sol de la tarde y ayudada por dos golondrinas, peinaba su largo y dorado cabello.

–¡Curiosa pareja! –Exclamó al ver a los dos pequeños. –¿Qué os trae por aquí?

–Verá señora hada, nosotros queremos ser amigos, pero todo el mundo nos dice que no es posible, que un conejo y un lince no lo pueden ser. Nos manda el señor búho por si a usted se le ocurre una solución.

El hada se incorporó y, acariciándose la barbilla, se les quedó mirando. –En verdad es un problema. Como bien os han dicho, vuestras razas no pueden convivir como amigas. Me temo que lo mejor que podéis hacer es despediros hoy como amigos y que cada uno siga su camino por separado. Así, os evitaréis problemas en el futuro, cuando os hagáis mayores.

La cara de los dos jovencitos, era el reflejo de la tristeza. Se fundieron en el más tierno de los abrazos, como sólo los amigos lo hacen y dando media vuelta, se marcharon. Pero, de pronto, las alas del hada se iluminaron y el arcoíris surgió desde las lágrimas de los dos pequeños.

–¡Un momento! –Dijo Mara, el hada del bosque –Las alas de un hada tan sólo se iluminan ante un sentimiento  puro de amor y amistad y vosotros habéis hecho posible que se enciendan. Cuando esto ocurre, las hadas podemos conceder un deseo y yo voy a hacer que siempre podáis estar juntos y viváis como amigos. A ti, Pincel, te convertiré en nube y a Bola, en lluvia. Así, cada día, podréis viajar juntos, visitar a vuestras familias y llenar de vida los campos para que la hierba y las flores nazcan. Los dos amigos se abrazaron. Su felicidad no tenía fin. Gracias al hada, podían estar juntos, como los buenos amigos y podían visitar a sus padres y hermanos. Los dos cayeron en un profundo sueño y al amanecer, ya eran nube y lluvia.

Desde entonces, cuando muy tempranito comienza a llover y las nubes lo cubren todo, linces y conejos salen a saludar a Bola y Pincel, que nunca renunciaron a su amistad.

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Entre cuentos y animales: Bola y Pincel
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Entre cuentos y animales: Bola y Pincel
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